Palabras en la sesión de clausura del Seminario Internacional sobre Administración de Justicia en América Latina, por el Dr. Julio B. J. Maier, profesor de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

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Me toca cumplir la ingrata tarea de la despedida, de despedirme, en nombre de mis colegas extranjeros y del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales, co-organizador de este encuentro, de los colegas y compañeros cubanos, de Cuba y de su gente, de su situación singular frente al mundo y, en especial, frente a las repúblicas hermanas de Latinoamérica. La tarea, aunque breve, no es sencilla, pues se mezclan con la representación que pretendo asumir una serie de ideales e impulsos juveniles propios, que seguramente compartirán, por haberlos vivido, muchos de los universitarios de mi generación y algunas de las generaciones anteriores y posteriores, tan ligados a la reacción cubana contra la opresión que, por aquellos días de estudiante, constituyó todo un paradigma cultural, que superaba con creces su propio territorio y el mismo hecho político, y que dejó raíces hondas en toda Latinoamérica.

El encuentro nos ha permitido apreciar, a años de aquel episodio, tan siquiera brevemente, la realidad cubana actual y, muy especialmente, al pensamiento de sus juristas y de los operadores de la administración de justicia cubana, en un intercambio casi frenético de informaciones acerca de los principios que, según nuestras distintas realidades, deben gobernar ese servicio comunitario que, genéricamente, denominamos administración de justicia y que, quizás, más precisamente definido, deberíamos describir como la búsqueda de la paz social a través de la solución pacífica de los conflictos sociales que se producen en el seno de una comunidad determinada.

Justicia es, quizás, una palabra demasiado altisonante, demasiado pretensiosa, para nombrar a este servicio, servicio que. a diferencia de las otras funciones de tas comunidad organizada, no parece, en general, referirse directamente al futuro, a la generalidad, ni al bien común, sino que, por lo contrario y también expresado genéricamente, tiene su objeto de estudio centrado en el pasado, en la disputa de seres de carne y hueso, individuales, en la realización de esas expectativas de bien Page 21 común en cada uno de los seres individuales que componen la organización social, cuando sus intereses entran en conflicto con los intereses de otros o con los intereses de la propia organización social.

Aspiramos a que los compañeros cubanos sientan, como nosotros, que han salido fortalecidos de este encuentro, que han aprendido algo de nosotros, como nosotros hemos aprendido de ellos, de su realidad actual y de su reflexión hacia el futuro. Se me ocurre que, en tren de acentuar identidades y de desechar divergencias, el Seminario nos ha dejado cuatro metas por las cuales luchar en nuestros respectivos países. La primera ha sido la supremacía constitucional y la forma de hacerla efectiva, para que, como alguien dijera, la Constitución no sea tan sólo un reglamento de distribución del poder en reglas concretas de competencia para su ejercicio, sino, antes bien, un instrumento operativo puesto a disposición del ciudadano parea lograr su desarrollo y felicidad.

La segunda meta propuesta es toda una definición del principio rector de la tarea de un juez o de un tribunal: garantizar aquellos derechos mínimos indispensables, todavía susceptibles de ser perfeccionados y ampliados, que hacen de casa ser humano un ser digno e igual a sus semejantes sin distinciones de ningún tipo y con parejas oportunidades de desarrollo y de felicidad individual.

La tercera meta, más modesta quizás, se refiere al uso de la violencia para la solución de los conflictos y, sobre todo, a la magnificación de esa violencia que representa una de las ramas del Derecho, el Derecho Penal. La humanización de esa violencia, de la pena estatal, es decir, básicamente, su reducción al límite menor posible, debe ser nuestra meta. Nos auxilia para ello, actualmente, no sólo un método más racional y democrático para dar solución a estos conflictos, sino, además, soluciones que, en sí, representan reacciones más humanas y racionales para componerla paz social, alterada por la falta de cumplimiento de alguna expectativa.

Por último, hemos coincidido, también, en un principio que define la tarea judicial desde las personas que integran un tribunal de justicia: debemos lograr la imparcialidad de quienes juzgan a sus semejantes, frente al caso a juzgar, cuya única directiva debe serla regla de conducta anterior que rige el caso. Con ello no me refiero sólo a la independencia política, externa e interna, de los funcionarios públicos que cumplen este servicio, aunque ella esté comprendida en el concepto, sino, antes bien, a la legitimación de esos tribunales mediante la participación de la ciudadanía, jueces extraños a la función pública y accidentales. La forma de desarrollar esta imparcialidad y esta independencia es, ciertamente, Page 22 difícil y una buena prueba de ello son nuestros desencuentros a la hora de escoger las vías para lograr esas metas. Diría yo que una buena guía para decidir no sólo está representada por la afirmación de la existencia de esa imparcialidad, sino, además, por la apariencia de que existe, conforme al refrán: no sólo hay que ser, sino también parecer.

El reto, en general, es bien difícil para todos, porque una cosa es declamar estos principios y otra muy distinta verlos realizados. El mundo actual, con sus cambios profundos ya al final del siglo, pero, sobre todo, debido a la aceleración temporal de esos cambios, hoy vertiginosos, no nos ayuda ni a unos ni a otros. Más aún, es cruel con Cuba, principal destinatario de la represalia por la osadía de su rebelión. Los colegas cubanos deberán, por ello, esforzarse doblemente para conseguir esas metas, que yo ansío y espero para ellos Como yo he sentido la bondad de éste, mi primer encuentro con Cuba, y conozco a mis compañeros latinoamericanos, me atrevo a ofrecerles el auxilio que nuestros pobres esfuerzos pueden brindarles, a nombre de todos ellos individualmente y del Instituto de Estudios comparados en Ciencias Penales, con la seguridad de que en un marco de reflexión conjunta sobre estas cuestiones también nos ayudará a nosotros, en nuestros países, para pelear por estas metas

Debemos agradecer todos al Canadá y a su embajador en Cuba por tornar posible este encuentro.

A todos quiero agradecerles las atenciones personales recibidas, despedirme con la esperanza de un hasta pronto y decirles, simplemente : ¡ADELANTEl

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