Los iniciadores del marxismo y la cuestión de la mujer

AuthorMsc. Herminia Rodríguez Pacheco
Pages80-97
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LOS INICIADORES DEL MARXISMO
Y LA CUESTIÓN DE LA MUJER
MSC. HERMINIA RODRÍGUEZ PACHECO
CUBA
Introducción
La controversia ha signado las relaciones entre feminismos y socialismos como una
constante. Diálogos, disputas, puntos en común, desavenencias, recelos y hasta exce-
sos se han sucedido, tanto en el fundamento cosmovisivo y la lógica argumentativa
como en el accionar práctico.
En 1848 aparece en París La Voix des Femmes (La Voz de las Mujeres), un periódico
inspirado en las ideas del socialismo utópico1 y en cuyas páginas se abogaba por las
causas de las trabajadoras, en particular la necesidad de que se les retribuyera con-
forme al resultado de sus obras, asimismo reclamaba una justicia social completa,
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les permitiera un crecimiento intelectual, guarderías infantiles, derecho al divorcio.
Ese mismo año se hizo pública en Norteamérica La Declaración de Seneca Falls,
el primer alegato colectivo de mujeres que argumenta la igualdad de sus derechos y
enarbola la bandera del sufragio femenino. Y en 1848 vio la luz -
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Fourier, que de manera explícita vinculaba el progreso o la decadencia del orden social con el progre-
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crítica de las relaciones entre los sexos y de la posición de la mujer en la sociedad burguesa. Él es el
primero que proclama que el grado de emancipación de la mujer en la sociedad dada es el barómetro
natural por el cual se mide la emancipación general”. Federico Engels: Anti-Dühring, Editora Política,
La Habana, 1963, p. 316.
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Los iniciadores del marxismo y la cuestión de la mujer
nista, obra de madurez de Carlos Marx y Federico Engels, surgida en el vértice de
su pensamiento teórico y la participación directa de ambos en el movimiento revo-
lucionario internacional. Guiados por un mismo espíritu de época, los clásicos del
marxismo denuncian la opresión de la mujer en la familia burguesa, pero dando una
vuelta de tuerca decisiva ahondan en las causas y mecanismos de toda explotación
en esa sociedad.
Hechos a sí en la lucha de ideas, rebeldes contra un status establecido, convergen el
feminismo más consecuente y el socialismo más revolucionario, ambos obligados
a ser creadores tanto en el plano conceptual como en las vías alternativas para su
avance. Uno y otro han sido blancos de ataques feroces, muestra de que sus pro-
pios adversarios los consideran un peligro real. Sin embargo, llama la atención las
confrontaciones más o menos abiertas que han ocurrido a lo largo de los años entre
posiciones feministas sinceramente interesadas en la emancipación plena de la mujer
y representantes del socialismo con un discurso declaradamente marxista.
Las desavenencias son subrayadas por cierto pensamiento marxista que, en nombre
de la dialéctica, se detuvo a corear la voz de los clásicos, repitiendo al dedillo la letra
de sus escritos, pero dando la espalda al espíritu con que ellos crearon a partir del
estudio de la dinámica realidad. Las manifestaciones iconoclastas de las feministas
durante los años 60 y 70 del siglo XX fueron observadas en sus llamativos oropeles
y apresuradamente tildadas de demandas pequeño burguesas. El peso cierto de las
apariencias impidió penetrar las esencias y someter a análisis aquel clamor libertario.
La emancipación de la mujer sobrevendría, creyeron algunos en el llamado “socia-
lismo real”, como consecuencia mecánica e inevitable del desarrollo general de la
sociedad y la vía para alcanzarlo sería el fortalecimiento creciente de la base material
luego del triunfo de la revolución socialista. Mientras se invertía talento y esfuerzos
en liquidar la dominación capitalista a escala planetaria, se reproducía la opresión de
género al interior de la familia y en las más disímiles relaciones cotidianas. Cuando
menos resulta paradójica e inconsecuente esa lucha contra la explotación de quienes
siguieron siendo sujetos acríticos de una forma concreta de opresión.
A la par, las discrepancias vienen desde las posiciones feministas, en las cuales han
abundado explicaciones reformistas que apuestan por una solución a la problemática
de género dentro del capitalismo, atomizando este tipo de opresión del sistema inte-
gral de explotación que constituye la estructura y condiciona las múltiples relaciones
concatenadas de dominación y subordinación en este tipo de sociedad. Reducir la
lucha al crecimiento cuantitativo de la participación económica de las mujeres, al
acceso a puestos tradicionalmente masculinos y el reparto formalmente equitativo
de los niveles decisorios de poder son migajas que alimentan, pero no matan la sed
de justicia social, son lujos que se puede permitir el sistema imperante porque no
afectan su cualidad misma mientras no se cuestione y logre subvertir el modo en que
esas relaciones se producen y reproducen en lo material y lo espiritual. Así, las pro-
pias instituciones regeneradoras del sistema capitalista son capaces de subvencionar
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que estropeen el monorrelato establecido. En esa lógica del todo vale, cada cosa
tiene sentido en sí, han encontrado cobijo las reivindicaciones feministas aisladas;

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